jueves, 14 de abril de 2011

MEMORIAS DE UN PELÓN DE TAIWAN (VII): DE LA PLAZA AL BARRIO.

MEMORIAS DE UN PELÓN DE TAIWAN (VII):
UN RECORRIDO POR MENDAZA, DE LA PLAZA AL BARRIO.
En frente la casa de los Remírez y la plaza, la de la fuente, la del bebedero de los animales hasta que se secaba al principio de la primavera, la de los chicos y mujeres con botijos, calderos y baldes, la primera y única agua corriente que tenía el pueblo. Perdón, el agua, a veces corría también por las calles si llovía de tormenta, limpiándolas del tamo - ¿por qué no diré estiércol seco? - acumulado durante semanas, sacándoles el brillo a las piedras del suelo. ¡Qué limpio quedaba entonces el pueblo! A los chicos nos servía para “arrejuntar” clavos y hierros para cuando viniera el trapero.

- la fuente de la Plaza -
- procesión primeras comuniones en la Plaza -

















Era la plaza del baile en fiestas, la del bar (taberna entonces) del Generoso. Allí se juntaba una gente, sólo hombres, para jugar un rato, beber bastante y charlar de lo poco que entonces se podía hablar con una mínima dosis de confianza. Y también íbamos los niños para ver si a los mayores se les caía alguna perra chica, alguna ochena y con suerte, algún real (”rial” se decía), la paga del domingo, vamos. No daba para mucho, un puño de cacahuetes sin pelar, a repartir entre los hermanos.

Y la casa del Chino y encima el bar del Blasillo, perdón, del Sr. Blas, donde se juntaban los mismos días, para el mismo trabajo que en la taberna de Ceferino la otra gente, los que tenían otras ideas, a decir de algunos más adiestradas. Las dos tabernas tenían también servicios de tienda. Allí se encontraba de todo: botones sueltos para pantalones viejos, hilo blanco, negro y de color, en carretes y en bobinas, cordones para zapatos, arroz por medios kilos, alfileres, aceite si no venía la fiscalía, azúcar blanca y oscura, de ésta mi madre decía que era mejor que la blanca, cajas de “servus” para limpiar los zapatos y otras muchas cosas más, metidas un zurrones de papel de estraza que no dejaban fácilmente saber qué eran. Se me olvidaba, en las dos tabernas estaba el pequeño pedazo de gloria al que los niños aspirábamos: los caramelos de cuatrena, ochena y real.

Sigo la ronda hasta llegar a la casa más temida por los niños, la de las inyecciones. Y no solo los niños, también la temían los mayores al acercarse la visita anual de la vacuna del tifus. Allí nos esperaba el señor Pedro, sonriente siempre, ¡para engañarnos! Con todo lo bueno que era, jeringuilla en mano, se sonreía y una vez puesta la banderilla, hasta soltaba una carcajada. Una vez se la quise pegar a él y a mi madre. Ésta, cuando se enteró, me molió el “ipurdi” con la alpargata. Muchos años después aún se reía D. Pedro de la faena. 

Pero era también la casa de tertulias de los hombres del pueblo. Allí se reunían los sábados y vísperas de las grandes fiestas para remascar y moler los hechos y dichos más recientes, mientras esperaban el turno del barbero. Y la casa de mi tío, así la llamaba yo y lo era, Justino, padre de Javier, de Casimiro, de Carmen, de Máximo y de Gregorito.

- casa Señorito -
- casa Chino -









La casa ¡palacio! del Señorito, ¡tan grande! ¡con tantas habitaciones y armarios llenos de papeles, libros y ¡hasta dinero!, decían algunos haber visto. En una palabra, una casa llena de misterios. Y el poyato a la entrada de la cochera del Señorito al final.

Manuel Piérola
Un pelón en Taiwan

1 comentario:

  1. Como todas las comunicaciones sobre Mendaza, muy documentada e interesante, sobre todo para los que conoceis la indiosincrasia del pueblo.
    Para los demas, un ejercicio de aprendizaje y aplicaciones a nuestros lugares de vecindad.
    Un abrazo para todos.

    ResponderEliminar