miércoles, 30 de marzo de 2011

MEMORIAS DE UN PELÓN DE TAIWAN (V). LAS ESCUELAS.

LAS ESCUELAS DE MENDAZA

Siguiendo el recorrido por la Mendaza de entonces. Por las escalerillas de la iglesia, paso a la plazoleta de las escuelas. Aún me parece oír, los gritos del Min, el cabrero y los balidos de las ovejas del Sr. Blas, el grande (el Blasòn). La de varazos que nos dio un día este último por ponernos, en son de guasa, a reírnos de él, imitando los balidos de sus ovejas.
Muchas veces me acuerdo que mientras esperábamos allí la llegada de los maestros no eran pocos los empujones que nos propinábamos para sacar de la fila al que ocupaba el primer puesto en el ángulo de la pared de la clase de las chicas, junto al almacén de astillas de la estufa.


Y hablando de la estufa, me viene a la memoria el arte que tuvo D. Ángel Escriche, el maestro, para convertir la estufa en calefacción para toda la escuela. Toda era cuestión de poner más o menos tubos, mejor más, para que así nadie protestara. Con la estufa delante de la mesa del maestro, el tubo de la chimenea se alargaba por toda la escuela, hasta acodarse frente a la última ventana, para salir por allí a la calle. Esa disposición, además de poco calor y algo de humo, producía una gran sequedad en el ambiente. Recuerdo que los días de nieve eso tenía solución. Don Ángel mandaba a los más pequeños salir a la calle a recoger bolas de nieve. ¡Bien apretada! decía, ¡que puestas sobre la estufa, acababan dando en una nieve asada sabrosísima!, algo así como flan caliente. Y mirábamos ensimismados. Nunca pudimos comprobar con atención dónde iba a parar el flan, no fuera que se lo comiera el maestro.

Era la nuestra, una escuela de lo más moderna. Teníamos música y cantos. De la música se encargaba el herrador que trabajaba debajo; de los cantos, los cochinos cuando Cecilio Gastón se ponía a prepararlos para venderlos al día siguiente. Teníamos además en los armarios, una serie de libros. Varias veces he buscado en las librerías el que recuerdo con más interés: LECTURAS DE ORO. No lo he encontrado. En Pamplona, alguien me dijo que habían vuelto a editarlo. El Catón (libro para ejercitar la lectura los principiantes), y después la Enciclopedia Escolar. Los llevábamos cada cual el nuestro. Había algo más: una bandera nacional. Tan sólo se ponía si iba a venir el Sr. Inspector. Y teníamos también toda una serie de reglas y varas. Servían para todo: para hacer rayas en los cuadernos de pintura, para marcar alguna cabeza demasiado habladora, hasta para resolver los problemas de matemáticas, y también para aumentar el fuego de la estufa los sábados cuando barríamos la escuela en ausencia del Sr. Maestro. Lo malo es que al lunes siguiente volvían de manos de D. Ángel a su mesa, tan numerosas y fuertes como antes.


Desde la puerta de la actual Casa Consistorial, lugar de las antiguas escuelas, veo a lo lejos, aunque ya no puedo subir, el transformador y la Raja. Allí aprendimos muchos chicos los secretos de la brisca, algunos del mus y fumamos los primeros pitillos de colillas y hojas secas. Los que tenían para comprar, que eran pocos, se fumaban Ideales ¿…? ¡No, hombre, no! ¡Que no nos fumábamos los ideales! IDEALES era una marca de cigarrillos, los menos malos entre las dos marcas más corrientes. Todavía no había Bisontes, los de papel de plata.

También allí, debajo de la torre, los días de fiesta, oíamos el talán-talán de las campanas, esperando el eco-respuesta de las de Asarta y Mirafuentes. Estábamos orgullosos de las nuestras, ¡tan sonoras!, recién fundidas y repuestas en la torre, ante todo el pueblo. ¡Eran sin lugar a dudas las mejores de todo el Valle de la Berrueza!. ¡Cuántas cosas nos decían entonces las campanas!. La hora de la comida, el toque de oraciones, el viático para el ultimo enfermo grave, el tin-tan..., tin-tan, grave, sonoro y lento, del toque a muerto, el tintiluno, tintiluno, tin-tan, del ángelus del mediodía, los toques a rebato por incendios del pueblo y las rogativas y las letanías, cuando las nubes de tormenta de mayo y junio se agarraban en la Peña Costalera.


Manuel Piérola
Un pelón en Taiwán

1 comentario:

  1. Estas memorias son toda una gozada,sobre todo para vosotros los vecinos de Mendaza.El acompañamiento de fotografias de la época, muy ilustrativas,que no dudo os recordaran momentos tan importantes de edades más juveniles.
    La memoria del narrador todo un lujo.Felicidades

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