miércoles, 16 de marzo de 2011

Memorias de un pelón de Taiwán (II). El frontón.

EL FRONTÓN

En Mendaza había frontón; pared frontal y poco más. Y a algún concejo de mi tiempo se le ocurrió poner un buen suelo de cemento, “Porlan”, “suelo de porlan” decíamos a boca llena los el pueblo. Yo pensaba que porlan era una palabra especial para decir cemento.



Había fabricación de pelotas. Cada chico se las hacía, también las chicas, pero más blandas. El origen del algodón y la lana era un misterio. Pero los encontrábamos.
Y los bolos, ¡bolones! Los había de papel, de telas deshiladas, pero botaban poco y salían menos. Los había de goma, generalmente de neumáticos viejos de bicicleta. Agenciar esto era todo un problema; los mayores nos los disputaban para otros usos.
Y los había de “escotia”. Aun no se lo que significaba la palabreja. Esos eran los mejores. Hechas las pelotas del tamaño deseado algunos las bordaban con hexágonos de pintadas semibordantes, de colorines; Otros pronto aprendieron a forrarlas de cuero.

¿Y los pelotaris? Eso fue más gordo. No los había, pero se creó una afición enorme. Todos, al principio los mayores de la escuela, pero pronto todos. Primero fue entre los mocicos del pueblo, después pasó a los mozos-mozos. En menos de un año, el partido o partidos de pelota, los domingos por la tarde después del rosario, fueron un número del programa popular. Casi nadie se volvía a casa, sentados en las paletillas de la pared derecha o en los asientos mejores de la izquierda, todo el pueblo asistía al partido. Lo mejor era que no había que comprar billete. Pronto comenzaron las apuestas: los chinos Delfín e Isidoro, Miguel el de Sebastian, Marcos, Bernardo, Julio y Dionisio, hijos del alcalde del aquel tiempo. Pronto fueron viniendo de otros pueblos más o menos vecinos como el de Mirafuentes, alguno de Asarta, de Acedo el Maestrillo y un tal Marcos, los dos de Eulate, Nazario y el del Peluco, eran los huéspedes preferidos. Hasta mi padre, con 38 años, jugó alguna tarde.


Delfín, Bernardo, Nazario, Miguel, Julio, Dionisio....fueron despuntando y cogiendo cierta fama. Esta llegó hasta la ribera, hasta Lodosa......Allí acabó la furia. En Lodosa había un campeón provincial, Esparza y su pareja Facundo, que dieron al traste con las capacidad de nuestros campeones pueblerinos.

No sé cuándo acabó la afición. Muchos años más tarde, cuando empecé a volver a mi viejo pueblo, nunca faltó mi visita al frontón, el viejo amigo donde pasé tantos ratos felices. Me iba TRISTE. Me resultaba difícil creer que todo hubiera pasado casi sin dejar rastro. Quedaban allí los sillares de piedra de chocolate de los viejos tiempos, los rectángulos de cemento del suelo, las paletillas, todo, todo lo de antes, pero sin vida, sin jugadores, sin los niños que le dábamos vida y color con nuestros gritos. Ya ni siquiera estaban allí los viejos olmos de la calle que por allí pasa.   


Manuel Piérola
Un pelón en Taiwán

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