domingo, 20 de marzo de 2011

MEMORIAS DE UN PELÓN DE TAIWAN (III). LA IGLESIA DE MENDAZA (SAN FÉLIX).

LA IGLESIA DE MENDAZA (SAN FÉLIX).
Comienzo una ronda por Mendaza en la Iglesia de San Félix. Allí conocí un poco a Dios, pero también aprendí algunas malas mañas. Monaguillo durante años, supe pronto que el vino de las vinajeras, dejara lo que dejara el Sr. Cura - que no dejaba mucho -, habíamos de limpiarlo nosotros. También supe pronto dónde guardaba D. Teofilo Paulín, las pocas perras - calderilla siempre - de las colectas del domingo.
Nunca le quitábamos más de una peseta, y esto sólo los domingos. Pero es verdad que allí, en el fondo, aprendí más de buenas mañas que de malas. Participé en no pocos bautizos y bodas. Iba luego a las arrepuchas... ¡Eche usted aquí! en los entierros de seres muy queridos, entre ellos cuatro de mis hermanos. También aprendí las primeras lecciones de catecismo, aun recordadas vivamente: “¿Sois cristiano?  Sí, soy cristiano por la gracia de Dios...”y lo de más hasta lo de “... doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder...”, gracias, a Puri que así se llamaba la catequista.

Por cierto, recuerdo que uno de aquellos años, en el catecismo de cuaresma, nos rifó Puri un cuentico de “El Ratón Mickey y el Perro Pluto”. Le tocó en suerte a José Berruete... y yo se lo robé. Se lo saqué del bolso del abrigo que llevaba a la escuela ¿Me perdonas José? Estoy dispuesto a devolvértelo. Los intereses no me los pidas, ya que ni sé los libros que tendría que mandarte a cambio.
Otro día, también en el iglesia, el hijo mayor del caminero (yo) apareció de rodillas, brazos en cruz, entre los dos ángeles que había a la entrada del comulgatorio. ¿Qué había pasado? Nada. El Faustino (Faustino Urrea), jefe de los monaguillos, me había quitado la vez, hasta se había puesto los capisayos.
- Hoy me toca a mí...
- Si, pero has venido tarde...
- Aún no ha tocado el campanillo...
- ¡Déjate, tu lo que quieres son los dos reales de hoy!...
- Mira, Faustino, que te pego un puñetazo...
- ¡Pega, si te atreves!  
Y vaya si me atreví. En la boca del estómago se lo di, y  revestido con sotanilla y roquete, comenzó a llorar. Y entró D. Teófilo… Nunca se había visto eso en la sacristía...
- ¿Qué ha pasado? preguntó.
- Que el Manuel...
- Que el Faustino...
- Que hoy me toca a mí...
- Que él me ha pegado...
-Que Faustino no quería quitarse la sotanilla...
E intervino el Sr. Cura.
- ¡Manuel, ponte de rodillas en medio de la entrada del presbiterio!


Me traía sin cuidado lo que pensara la gente. Me preocupaba más la zapatilla con la que mi madre, tan pronto como yo entrara a casa, iba a sacarme lustre un poco más abajo de la espalda. Y volví. ¿Qué remedio me quedaba?  Ese día no hubo zapatilla. Me defendí como pude y pese a haber proclamado ante mi madre mi inocencia y la decisión de no volver a pisar más la sacristía, al día siguiente ella - sin soltarme de la mano - me llevó a ayudar a la primera misa, la de los cazadores de palomas, que se celebraba a las cuatro de la mañana. Al Sr. Cura, D. Teófilo, como a otros tantos, le gustaba la caza. Me reconcilié así con la Iglesia. Muchos años después, en un funeral de la familia Paternáin - los de la Venta - me encontré con Faustino. El había olvidado por completo el episodio. Ya todo era tan sólo... ¡un cuento de viejos!


Manuel Piérola
Un pelón en Taiwán

1 comentario:

  1. Una magnífico recuerdo de los años juveniles que siempre permanecen en nuestra memoria.Por lo que parece la de su autor espléndida,y con ¡que lujo de detalles!.

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