Un principio general que caracteriza a los sadhus es la no pertenencia a ningún sitio, estar siempre en movimiento, ser libre. Joshi fijo su último destino en Ubago. Lo de último fue cuestión de destino, no lo buscó.
Allí, en la Berrueza, siempre encontró la amabilidad y la generosidad que caracteriza a su gente, y no le faltó la visita a su cueva de las mujeres del pueblo que le llevaban caldo, huevos y legumbres cocidas que sabían que le gustaban y no contrariaban demasiado su dieta vegetariana.
Él lo recibía todo con sincero agradecimiento, era más de lo que se merecía, debía aceptarlo con humildad, tal como le había enseñado su maestro en la India. En su experiencia como sadhu en las montañas no podía evitar la visita de curiosos con la intención de saludarle y de ver cómo se organizaba la vida.
Aquella servidumbre abrumaba a Joshi y en más de una ocasión los despachó en su natural mendaviés:
-¡Qué pacencia! Aivadesus..., ¡que paice que sois una panda de babutes!
De manera refleja cuando escuchaban lo de babutes, todos juntaban las manos a la altura de la boca y se postraban de rodillas delante de Joshi solicitando su "santa" bendición. ¡Amén!
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