RIÑAS Y PRUEBAS DE LUCHA (LA ECHADA)
En Mendaza entre las diversiones, no siempre inocentes, de los chicos de entonces, estaba “la echada”. A veces era una simple prueba de fuerza, o de arte de luchar; muy calificada por cierto entre los más chicos. Otras veces era hasta una amenaza por parte de quien se sentía ofendido y no quería dar el brazo a torcer. Generalmente íbamos a las eras. Eran los lugares más seguros para la no intromisión de los mayores. Nos desagradaba que éstos, sobre todo las madres, intervinieran. Era un duelo. Para todos, había testigos, el ganador “había podido” a su contrario.
En ocasiones pasábamos a mayores, había golpes, puñetazos y tortas verdaderas, alguna llave de lucha y al final gritos, lágrimas, lloros y hasta amenazas.
- una era de Mendaza, el lugar de las peleas - |
Durante años, mi ansia más grande era “poderlo” en alguna echada, cascarle una paliza a gusto, a uno de los hijos de Eugenio Yaniz, a Alfonso. A Jesús, el mayor lo respetaba, era uno o dos años mayor que yo y mucho más fuerte. Más que respeto le tenía miedo. Era uno de los que mejores luchadores del pueblo. Alfonso era de mi quinta, de cuerpo macizo pero muy pequeño, más ñarro que yo. Intenté muchas veces vencerlo. Perdí siempre. Me costaba reconocerlo. No sé los mangazos que recibí. Después, cada uno por su camino, íbamos a casa, alegre uno y dolorido el otro. Con él perdí siempre. Al fin los dos fuimos a parar a distintos seminarios religiosos.
Alfonso ha muerto ya. ¡Ojalá nos encontremos más alto que Santa Colomba, con alguna era donde poder darnos, a gusto, la echada definitiva, sin vencedores ni vencidos!
- la frontera imaginaria - |
Recuerdo una. Los contendientes éramos mi vecina Ameli Chaleco y yo. Ella un poco más alta que yo, armada con una piedra. Yo, para no ser menos, esgrimía el hacha con la que mi padre hacía astillas para el fuego. Alguien, de la familia de Villalva, nos vio. Se dio cuenta del peligro y comenzó a gritarnos, bajando rápida por la cuesta de la calle a impedir nuestra lucha. No hizo falta su intervención. Ameli disparó la piedra. Me dio en la frente, y yo, muy valiente, tiré el hacha y me puse a llorar a gritos. Mira, que hasta me salía sangre, del peñazo.
A la tarde, no muy tarde, seguíamos buenos amigos y buenos vecinos. Ya nunca volvimos a desenterrar el hacha de guerra. Varias veces, de vuelta al pueblo, he querido visitarle. Sólo he podido ver a su hermana Lola.
Manuel Piérola
Un pelón en Taiwan
Muy buenos los comentarios que se recogen en esta comunicación.También magnífica la memoria que recuerda con tanto detalle lo sucedido hace bastantes años.Una pena no ser de Mendaza para disfrutar de tantos recuerdos.Un saludo
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