jueves, 18 de junio de 2015

DESDE "EL PÚLPITO" UN RECUERDO PARA FÉLIX Y SU SALTO IMPOSIBLE EN EL MONTE ARRIBA

- Dos Pater en el Preikestolen -
He tenido la oportunidad de visitar recientemente la ciudad de Stavanger, en Noruega, y llegarme, cómo no, al Preikestolen, el famoso Púlpito, una excursión clásica y que recoge a miles de visitantes al año. 

La marcha es relativamente corta y no muy selectiva. Hay que salvar un desnivel de más de 334 m en unos 3,8 km de longitud. La duración es de unas dos horas de subida y algo menos de bajada. Si se tiene una buena forma y costumbre de andar por la montaña, el tiempo empleado es algo menor. 

De cualquier modo, es una excursión totalmente recomendable por el espectáculo paisajístico que se puede contemplar desde la cima del peñasco. Recompensa cualquier fatiga y penalidad sufrida en la ascensión.

Cando llegué a la plataforma del Púlpito hice lo que todo el mundo: disparar decenas de fotos sin criterio y acercarme poco a poco al borde que la prudencia me había marcado. 

Ese día no había nadie dispuesto a realizar esos saltos imposibles que acaban con los saltadores 604 m abajo, en las frías aguas del fiordo de la Luz (Lysefjord), al amparo del rescate de una barca amiga. 


- El autor con el fiordo de la Luz a sus espaldas -

Al poco rato me encontré con la cabeza fuera de los límites de lo razonable, contemplando los reflejos del sol en las aguas del fiordo. En esa posición los pensamientos volaron rápidamente y no pude dejar de acordarme de Félix Gastón Morrás. Félix, El Saltarín, como le llamaron hasta sus últimos días, aquel bravo y soñador mendazarra que insistía hasta el cansancio en la posibilidad de alcanzar las aguas de la Launa desde las ramas más próximas del Tres Patas. Hace unos años contamos la historia de su salto imposible en una entrada de este blog. Todo un salto récord para Félix que nadie supo comprender ni apoyar para su personal satisfacción y felicidad. Félix fue uno de esos Quijotes sin Sancho que echarse en la vida.

Cuando ya nos disponíamos a dejar la atalaya y bajar a tomar el autobús para dirigirnos al embarcadero y volver a Stavanger en el ferry, escuchamos un murmullo creciente con movimiento de gente alrededor de un chico portador de una pequeña mochila a sus espaldas. En escasos segundos el valiente saltador desaparecía de la plataforma del Pulpito engullido por el vacío. Hay otros con más suerte que Félix.




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