sábado, 15 de junio de 2013

LA BATALLA DE MENDAZA (VII): EL DESASTRE HUMANO

SÁLVESE QUIEN PUEDA

El 5.º de Navarra sostuvo el fuego hasta que no pudo más, y perdiendo mucha gente, apoyó la retirada de los alaveses. De tal modo habíase adiestrado el capellán aragonés en la táctica, que preveía todo lo que habían de mandarle, y más de una vez sus movimientos y los de los compañeros que a su lado combatían se anticiparon a las órdenes de los jefes. La serenidad del coronel y su práctica de la guerra; la firmeza de los valientes oficiales que supieron mantenerse en el heroísmo pasivo y en la resistencia deslucida; la conducta de la tropa, penetrándose con seguro instinto de estas ideas y realizándolas admirablemente, enaltecieron al 5.º de Navarra en aquel día. Gracias a él, la derrota de los carlistas no fue una desbandada vergonzosa.

La retirada de los tres batallones a cuyo frente seguía Iturralde no pudo hacerse sin algún desorden; los del centro hiciéronla con admirable serenidad. Al anochecer todo el ejército carlista iba en busca del puente de Arquijas. El General mismo corrió peligro de que le cogieran prisionero, por habérsele caído el caballo cerca de Acedo. Los minutos que tardó en reponerse, auxiliado por los suyos con toda diligencia, decidieron de la suerte del Cuartel General. Un minuto más, y todo se habría perdido. Favorecidas de la noche, las tropas de Carlos V pasaron el Ega, por junto a la ermita de Nuestra Señora de Arquijas, y acamparon en las inmediaciones de Zúñiga, en campo raso.

El ejército cristino durmió en las posiciones de Mendaza y Asarta: dormir hoy donde durmió anoche el enemigo es la victoria. Si los facciosos hubieran hecho su cama en Los Arcos y en Viana, es fácil que a los ocho días D. Carlos hubiera puesto sus almohadas en el Palacio de Madrid. Pero aquel Dios, que muchos suponían tan calurosamente afecto a uno de los bandos, dispuso las cosas de distinta manera, y pasó lo que según unos no debió pasar, y según otros sí. Estas sorpresas, que nada tienen de sobrenaturales, obra de la divina imparcialidad, son tan comunes, que con ellas casi exclusivamente se forma ese tejido de variados hechos que llamamos Historia, expresando con esta voz la que escriben los hombres, pues la que deben tener escrita los ángeles no la conocemos ni por el forro.

La cerrada la noche, los valientes cristinos, acampados en las posiciones realistas, formaban pabellones, encendían hogueras, preparaban su cena frugal. En los caseríos de Mendaza y Asarta se alojaban los jefes y alguna tropa, y se habían instalado los hospitales de sangre para auxiliar a los quinientos heridos de aquel sangriento día. La cifra de muertos de uno y otro bando no se conocía bien a prima noche. Al pie del cerro de Mendaza había como sesenta, y en el llano de Asarta muchos más, yacentes en una faja de terreno de reducida anchura, que revelaba la firmeza del choque entre las dos fuerzas.

Las diez serían cuando avanzaba por el camino de Arquijas, en dirección contraria al puente, un General con su escolta: sin duda venía de practicar un reconocimiento del campo de batalla y de las nuevas posiciones que en su retirada había tomado Zumalacárregui. Al pasar por entre los grupos de soldados que vivaqueaban satisfechos y gozosos, con ese estoicismo festivo que es la virtud culminante de la infantería española, el resplandor de las hogueras iluminó su busto. Era un viejo fornido, de rostro totalmente afeitado, el cabello corto, el perfil a la romana, con cierta dureza hermosa, a estilo napoleónico. Los soldados, al verle venir, abandonaron sus cacerolas, donde guisaban habas con un poco de tocino, y prorrumpieron en exclamaciones de cariño ardiente: «¡Viva el General Oraa!... ¡Viva nuestro padre, y mueran ellos!...». Y más lejos gritaban: «¡A ellos ahora mismo!... a quitarles las camas... ¡Viva Oraa, viva Córdoba, viva la Reina

Dirigiose el General al alojamiento de Córdoba, en Mendaza, y allí estuvieron, hasta muy avanzada la noche, en largas conferencias y estudio de la marcha que debían seguir con sus diecisiete batallones. ¿Forzarían el paso de Arquijas? ¿Operarían parabólicamente, pasando el Ega, cuatro leguas más arriba, para buscarle camorra al enemigo en el valle de Campezu? Cualquiera sabe lo que discutieron y determinaron. Es probable que adoptado un plan aquella noche, lo modificaran al día siguiente, en vista de las noticias que por buenos espías tuvieron de los movimientos del enemigo, y de la inducción más o menos acertada que con ellas hicieran de las sagaces intenciones de Zumalacárregui.

Avanzada la noche, se acallaron los ruidos del campamento. Muchos soldados dormían; otros hablaban sosegadamente, aventurando juicios y cálculos para el día próximo. Veíanse bultos que exploraban el campo, reconociendo muertos con auxilio de farolillos, pues la noche era tenebrosa, y el celaje espesísimo no dejaba ver la luna creciente. El estrago de un encarnizado combate, como el del 12 de Diciembre en Mendaza, no lo revela el día, sino la oscura, la callada noche, cuando examina recelosa el campo de batalla y los tristes despojos esparcidos en él; cuando se pregunta a los muertos su número, quizás sus nombres; cuando se busca entre los rostros lívidos alguno que entre los vivos no parece.

B.P.Galdós
Zumalacárregui
Episodios Nacionales. Vol. 21.




  • Haciendo un balance de la batalla, ésta fue corta pero intensa, escasas 5 horas de combates, de las 12 hasta las 5. El resto del día fue improvisar una retirada organizada del ejército carlista ante la superioridad táctico militar de los cristinos.  En primer lugar el desorden en la retirada de los batallones de Iturralde en la zona del monte de Mendaza, luego en el centro del valle las topas de Villareal resistieron valientemente pero sufrieron muchas bajas y acabaron retirándose hacia Acedo. Zumalacárregui y los suyos se retiraron por la zona de Estemblo hacia Acedo y luego por el camino viejo de Arquijas hasta Zúñiga, Orbiso y Santa Cruz. Como resume Galdós, la actuación de algunos batallones carlistas, como el 5º de Navarra, practicando una resistencia heroica condenada al fracaso, evitó que la retirada fuese una vergonzosa desbandada. Al ejército carlista le salvó de una derrota más sangrienta la brevedad del día en aquella época del año, el sol se pone a las 5 de la tarde, oscureciéndose rápidamente el escenario de la batalla por lo que había que tener planificados los movimientos de la retirada tal como había previsto el día anterior Zumalacárregui.
- El ejército cristino dando sepultura a sus muertos -
  • La primera guerra carlista fue la más cruenta de las de su género con unas 200.000 víctimas. La batalla de Mendaza, la primera de las grandes batallas a campo abierto estuvo a la altura esperada de los horrores. Se estima en 800 el número de víctimas por ambos bandos, repartidos por un igual, 400 por cada. El texto da sólo una referencia de unos 60 muertos en las emboscadas del monte de Mendaza y habla de muchos más en la zona central del valle (en el espacio de los Nogalillos) con enfrentamientos más sangrientos. El número de heridos siempre es mayor, unos 500 por bando. En resumen, un desastre humano cercano al millar de muertos en apenas 5 horas y otro millar de personas condenadas a vivir el resto de sus vidas con las secuelas de un infeliz día de diciembre en La Berrueza.

- Actual casa de Benito Suberviola, más conocida como casa del Señorito -
  • Quiero imaginar después de leer el relato de la batalla que nos hace Galdós, un ejército, el carlista, bien colocado en el valle, que ha madrugado y que lleva más de dos horas esperando al enemigo en una heladora mañana de diciembre, con tiempo despejado pero con un frio glacial que te congela las ideas y el ánimo si no estás en movimiento. A la larga y fría espera habría que sumarle la conciencia de saberse inferiores en número y en armamento. Vamos, que cuando llegan los cristinos, estos van ganando a los puntos sin haber disparado un tiro. La narrativa épica de la batalla puede confundir sobre el claro y único ganador de la batalla, el ejército cristino. Galdós lo resume en una frase clásica de la literatura militar: - "Dormir hoy donde durmió anoche el enemigo es la victoria". Aquella noche del 12 de diciembre de 1834, los generales Córdova y Oráa descansaron en Mendaza, muy posiblemente en la "casa del Señorito".

  • La vida del soldado siempre ha sido dura y en aquel siglo XIX más si cabe. Pienso en el cristino que tuvo que andar desde Los Arcos hasta La Berrueza (10 km) antes de empezar el combate. Y ¿cómo estaba la tropa?, ¿bien comida?, ¿bien dormida?, ¿bien abrigada?, ¿bien pagada? No lo creo. Pero volvamos a la batalla de Mendaza, los soldados, unos y otros, se dirigían a su "Gólgota" particular, con su "cruz" a cuestas, 8 kg repartidos en los 5 kg del mosquete, 2 kg de balística y 1 kg más entre el correaje y la bayoneta. Me pregunto ¿qué poderosas razones obligaban a alistarse y luego a no desertar? 
- Balas de plomo utilizadas en los mosquetes de la época -
  • Menos mal que en aquel entonces no había conciencia ecologista por el uso indiscriminado de metales pesados, porque mira que sembrar los campos de La Berrueza con toneladas de plomo, ¿a quien se le ocurre? Pues sí, unos pequeños cálculos nos dan la cifra nada desdeñable de unos 21.000 kg de plomo repartidos por los fértiles campos de La Berrueza. Igual os parecen exagerados, pero estos son mis números (tirando por lo bajo):
- balas esféricas de 0,68 pulgadas de calibre --> 1,82 cm diámetro --> 3,15 cc --> d Pb= 11,35 g/cc --> 35,82 g/bala
-10.000 mosquetes entre ambos bandos.
- 3 horas combate --> 20 disparos/hora --> 60 disparos/mosquete --> 600.000 disparos de balas/batalla
- 600.000 disparos de balas/ batalla --> 35,82 g/bala x 600.000 balas --> 21.492 kg

Para hacernos idea de la magnitud, esa cantidad de plomo podría estar contenida en un cubo de 1,25 m de lado con el peso de más de 20 toneladas. A ver si la fama del valle como terreno de secano productor de cereales se va a deber a la abundancia de plomo en el subsuelo.

- Los campos de La Berrueza lloran el inútil sacrificio humano de todas las guerras -

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